El premier israelí
Benjamín Netanyahu emprendió por estos días una nueva visita a Washington.
Allí, en la Casa Blanca —aún disgustada por la negativa israelí a reconocer el
pacto nuclear con Irán—, reiteró el compromiso norteamericano de apoyar a Tel
Aviv, y mantener la abultada ayuda militar y financiera de siempre, algo
superior a los 3 000 millones de dólares al año.
Esas son las reglas de
juego en una relación de tú a tú entre la potencia imperial y su fiel aliado,
que sirve de punta de lanza en la política norteamericana hacia el Oriente
Medio.
Estados Unidos, en todo
caso, pasó por alto que justo en el momento de su visita los soldados
israelíes estaban matando a palestinos en Gaza y Cisjordania, sumando más
pérdidas civiles a ese gran cementerio en el que están convirtiendo los
territorios árabes.
Todavía la comunidad
internacional recuerda una de las últimas masacres contra los palestinos que
sumó más de 1 100 civiles muertos, de ellos 377 niños.
Mientras las matanzas se
hacen habituales, Israel sigue construyendo asentamientos judíos en los
territorios ocupados, donde ya habitan casi un millón de colonos, mientras no
menos de diez millones de palestinos han tenido que abandonar sus tierras y
radicarse en otros países o vivir como parias, amenazados de morir por los
diarios ataques de las fuerzas sionistas.
A lo largo de esta
contienda hay tres aspectos que marcan el devenir histórico de la misma. En
primer lugar la impunidad de Israel, que actúa a sus anchas contra una
población palestina indefensa, que solo reclama el derecho a vivir en su
propia patria.
Otro aspecto es la
alianza, con el mayor de los apoyos financiero y militar por parte de Estados
Unidos a las autoridades de Tel Aviv. Y un tercer elemento es la forma
vergonzosa en que tanto Israel como EE.UU. han ignorado a la ONU y sus decenas
de resoluciones que condenan la ocupación israelí y exigen el cese de la
agresión.
Incluso, el 29 de
noviembre del 2012, la ONU reconoció a Palestina como “Estado observador”, con
el visto bueno de la comunidad internacional.
Tampoco importa a Tel Aviv
y Washington que el 70 % de los miembros de la Asamblea General de la ONU (134
de 192) reconozcan a Palestina como un Estado. Pero, por un lado van la ONU y
el reclamo internacional, y por otro la nación sionista y su protector
norteamericano.
Recurramos a BBC Mundo,
que escribe: “No hay ningún país en el mundo que reciba más dinero de EE.UU.
para su seguridad que Israel.
“El último acuerdo entre
Washington y Tel Aviv de ayuda para la defensa de Israel fue firmado por los
gobiernos de George W. Bush y Ehud Olmert en el 2007. Eran 30 000 millones de
dólares por diez años, del 2009 al 2018, sin contar los casi 700 millones que
EE.UU. ha invertido en el “Domo de hierro”, el programa antimisiles israelí”.
Pero Netanyahu quiere más
y en tal misión viajó ahora a Washington, donde abogó por ampliar la ayuda por
otra década y aumentar la suma entre 4 000 y 5 000 millones de dólares anuales.
Israel quiere esto como un
paquete de compensación militar por el acuerdo nuclear alcanzado con Irán y
así poder mantener su ventaja militar sobre los otros países de Oriente
Medio, explica John Sopel, editor de la BBC para Estados Unidos.
No podemos olvidar que
Israel se opone firmemente al acuerdo que alcanzaron en julio seis grandes
potencias —EE.UU., Francia, Reino Unido, Rusia, Alemania y China— con
Teherán. Ahora Netanyahu quiere usar ese pretexto para que la Casa Blanca lo
siga aupando y financiando.
Al respecto y como para
que no existan dudas, Obama reiteró la idea de que “la asistencia militar que
proporcionamos no es solo una importante parte de nuestra obligación con el
Estado de Israel, sino que también es una parte importante de la
infraestructura de seguridad de Estados Unidos en la región”.
Ya el pasado año 2014, el
mandatario estadounidense había aprobado una ayuda de otros 225 millones de
dólares para que Israel continuara fortaleciendo su “Domo de hierro”.
Si se suma toda la ayuda
militar de Washington a Israel desde 1962, esta asciende a 124 300 millones de
dólares, según se constata en un informe actual del Congreso estadounidense.
Un ejemplo que debía
avergonzar al menos a las autoridades norteamericanas es que en el 2014, de los
3 000 millones de dólares facilitados a Israel, solo 15 millones se emplearon
en asuntos de salud, educación y migratorios. El resto fue un regalo para
adquirir nuevas y más sofisticadas armas con las que se pretende eliminar a la
población palestina.
La ONU, mientras tanto, se
desgasta aprobando resoluciones y reclamos que luego no se cumplen, mientras en
Gaza y Cisjordania continúa la masacre. No importa si Netanyahu está en Tel
Aviv o en Washington; sus soldados seguirán siendo fieles cumplidores de una
orden: exterminar palestinos en nombre de la seguridad nacional de Israel y de
EE.UU..
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